“Los dos padres tienen que escuchar lo que dice el hijo”, señala el periodista en una entrevista que en realidad, no es solo un viaje al pasado, sino también, una reflexión sobre el presente que involucra familia y justicia. Instantes más tarde advierte: “El Juez conmigo no habló nunca. El único momento en el que me habló, fue para decirme la decisión que ya había tomado”
La Familia invoca un concepto que se encuentra en constante cambio y en extremo dinamismo. En muy poco tiempo, “la familia” tal como se la concebía, atravesó y atraviesa profundas modificaciones que dan lugar a todo un nuevo abanico de vicisitudes entre las cuales, las juzgados de familia, se encuentran cada vez más presentes. La pregunta obligada es: ¿Cuentan estos juzgados con las herramientas necesarias para afrontar los nuevos modelos de familia? La respuesta, en principio, inclina la balanza de la justicia en dirección al “no”.
“Hay una parte del cuidado del menor que está escrito y que se lleva a cabo prolijamente y hay otra parte que no está del todo bien llevado o desarrollado por la justicia” expresa Recondo en este sentido. Las nuevas dinámicas de familia representan un desafío ante la multiplicidad de modalidades vinculares, desafío ante el cual, los juzgados de familia, pareciera que aún no han encontrado dónde hacer pié. Resultaría urgente que así sucediera ya que es en lo vincular, que se desarrolla la identidad.
Hundiendo las raíces de su relato en recuerdos de su infancia, Gastón da cuenta de las vicisitudes que se generan en la infancia de un niño con padres separados que no logran encontrarse y “una justicia que se saca temas de encima”. Comparte la vez que, ante la demora de quien debiera pasarlo a buscar por el colegio, se tomo un taxi hasta la comisaría más cercana para hacer “una denuncia por abandono de persona”, aconsejado todo por el letrado patrocinante de uno de sus progenitores. Fue cuando tenía 10 años. Fue cuando debería estar merendando con un amigo, viendo capítulos del Zorro.
En su relato da cuenta de la carga sentimental que representa verse alienado emocionalmente como niño, a dificultades que pertenecen a los adultos; “cuando estaba con uno procuraba no demostrarle que también quería al otro”, inclusive dando testimonio de la operatoria que acontece, cuando el vínculo con uno de los dos se rompe, y la alienación es a uno sólo de los discursos; “yo le llegué a decir a mi papá te odio… y digo, por qué le dije te odio si yo no siento odio por él”
El periodista en su relato, reconstruye una fotografía que expone las fallas de un sistema de justicia años atrás (mediados de los ochenta). Sin embargo, la existencia de ONGs como Infancia Compartida, dan cuenta que, lejos de haberse solucionado, las fallas en las instituciones de familia al momento de abordarla, parecen haberse recrudecido, sin poder ponerle freno a denuncias cruzadas entre progenitores y siendo cómplice de una tendencia que, en vez cuidar los vínculos, amenaza con destruirlos.
Recondo concluye compartiendo una reflexión que representara tal vez, una luz que podría reorientar la brújula extraviada de los juzgados; “no se trata de quién tiene razón, se trata de quién sufre más; y nadie sufre más que el chico”.
Es gracias a esta muestra de apertura y sinceridad, no del todo fácil al tratarse de la intimidad de la propia infancia ante las cámaras, siendo una figura de público conocimiento, que se presenta una nueva oportunidad para reflexionar sobre la importancia de los vínculos en la infancia, el modo actual de abordarlos por parte de los juzgados de familia y la importancia de escuchar la voz de los niños, a tiempo: “mi papá “nunca más” estuvo conmigo cuando cumplí 10 años”
El periodista realiza un relato claro y preciso de todo lo vivido, incluso permitiéndose un espacio para la sonrisa. Señala que fue gracias a la terapia que hizo de grande, que pudo resolver problemáticas que había, antes, solo logrado esquivar. Un nuevo interrogante se genera a partir de este punto; ¿Es Justo para las actuales infancias, dejar librado al azar su posibilidad de reelaborar situaciones traumáticas? Y en consecuencia; ¿No sería más ético, para un Estado firmante de la Convención de los Derechos del Niño, implementar protocolos que lo protejan de toda forma de maltrato?